Son habituales las posturas que defienden que el Rococó es al Barroco lo que el Manierismo al Renacimiento. Muchas veces, el Rococó se entiende como culminación del Barroco. Sin embargo, es mucho más que eso. Debemos estender el Rococó como un estilo independiente y personal. El Rococó a diferencia del Barroco, se despreocupa por cuestiones católicas. Es un arte eminentemente aristocrático, un arte para la alta clase media, amante de un estilo mundano, íntimo y delicado. La sociedad ansía la libertad, el buen gusto y el placer. La élite artística e intelectual se reunía en salones a cuya cabeza estaban damas tan destacadas como madame Pompadur.
El Rococó nace y se circunscribe al ámbito francés aunque luego, muchos de sus rasgos influyen en toda Europa. El movimiento se seguirá desarrollando hasta la llegada del Neoclasicismo que pretendía una vuelta a la pureza de la antigüedad clásica.
Los temas preferidos para la representación en pintura son: fiestas galantes y campestres, damas, rigodones, minués y aventuras amorosas y cortesanas. Por todo esto, se recuperan personajes mitológicos como Venus y Amor que se entremezclan en las escenas representadas dotando a las composiciones de un tono de sensualidad, alegría y frescura. Es usual el referirse al estilo Rococó como estilo galante. El nombre proviene del verbo galer, que en francés significa ser valiente y hábil en el trato con las mujeres. El galante es aquel que sabe tratar y complacer a una mujer. La figura de la mujer es un foco inspirador de la pintura. La mujer es un figura bella y sensual, cada vez más culta. Ella seduce y participa en aventuras prohibidas. El escenario en que se ubica la trama pictórica ayuda a que la sociedad se identifique con personajes de historias pastoriles e idílicas. Por todas estas características, el Rococó se considera un arte frívolo, exclusivo de la aristocracia, ajena a los problemas sociales y sólo concentrada en su descanso y deleite.
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